sábado, 5 de febrero de 2011

Luz y Gracia de Sevilla

Bien lo merecía La Ciudad. Después de unos años de reinado del “kitch”; de inundación de esa falsa sevillanía que confunde su “horror vacui” con un barroquismo postmoderno totalmente ajeno a las tendencias actuales; después de estas últimas ediciones en las que este visitante clamaba por una vuelta a la fotografía en el cartel de la Semana Santa, ya que viendo lo que había se perdía la esperanza en alguna pintura decente; después de todo eso, este año nos encontramos con un soplo de aire fresco.



Aunque realmente no es del todo un soplo de aire fresco, ya que el cartel que ha pintado este año el utrerano Juan Manuel Calle González, nos evoca esa época costumbrista en la que se forjaron los grandes carteles de la Semana Santa. Esos años irreparables de la infancia de la cartelería, en los que, como liberados de falsas influencias y prejuicios, los trazos frescos y seguros de Gustavo Bacarisas, Joaquín Bilbao y sobre todo Juan Miguel Sánchez, nos dejaron obras cumbres de la cartelería.

De hecho fue Juan Miguel, quien con su “Luz y Gracia de Sevilla”, que nos mostraba una explosión de luz formalizada en el palio de la Macarena, quien encumbró a obra de arte la cartelería. No se han vuelto a registrar esas cotas, pero bien que ha influenciado



Volviendo al cartel de esta año, una composición de collage, con un estudio medido de colores, enfocando la figura principal en un imagen –la Virgen de Gracia y Amparo- que nadie hubiera esperado jamás que presidiera el cartel, que se nos aparece rodeada de flores y velas rizadas, y bajo un invisible palio sostenido por la Giralda y tres varales; uno de la Virgen de Loreto, otro de la Esperanza de Triana y otro de la Virgen de los Ángeles.

La Semana Santa de La Ciudad es popular, barroca, tradicional… y desde que Juan Miguel Sánchez diseño el palio de Nuestra Señora de los Ángeles, también fue actual; nos demostró que puede ir de la mano de las tendencias. Este varal de su palio que también parece querer sustentar el estilo de la Semana Santa, pese al mal gusto y la repetición reiterada de un modelo ya manido y caduco. ¿O no encaja perfectamente en la clásica e incomparable tarde del Jueves Santo?

Para este visitante, el “grito en la pared” que este año nos anuncia nuestra Semana, es un homenaje a este pintor que dio un necesario soplo de aire fresco en su momento, y que parece haber querido darlo de nuevo por considerarlo necesario. Ha tenido que ser la primera obra de temática cofrade de Juan Manuel Calle González, este profesor de la Facultad de Bellas Artes que parece tener claro que debe ser un cartel y quienes influyeron en su desarrollo. No se ha tratado de innovar, sino de recuperar actualizándolo un modelo que ya existía y permanecía olvidado.

El cartel ha vuelto a recuperar la Luz y Gracia de Juan Miguel Sánchez, la luz que se ve por fin en la edición del cartel, y la Gracia en la Virgen de Gracia y Amparo.

miércoles, 12 de enero de 2011

El reloj de San Lorenzo

Parece que fue hace un eternidad cuando pasó el Rey Baltasar. Se deberá esta sensación al despertar de la impaciencia que, como un reloj, crece año tras año en el interior de este visitante. De hecho fue el año pasado. El verdadero cambio de calendario según la Ciudad se da por San Lorenzo, las campanadas provienen de la espadaña, una procesión claustral recorre la plaza y las agujas del reloj de la torre nos marcan la hora de un nuevo tiempo.



Siempre le ha parecido a este visitante que éste es el verdadero reloj de la Ciudad; sus manecillas interpretan a la perfección el tempo de esta tierra. De este rincón nacen y en este rincón mueren las distintas etapas que marcan el calendario emocional de cada “alguien” de la Ciudad.

Este reloj nos marca el comienzo del fin de semana cada viernes del año, y los da por concluidos en las frías noches de los domingos de invierno, cuando la soledad de la plaza invita al recogerse, tras dispersarse rápidamente los fieles que ocupaban la Basílica minutos antes.

Desde este momento hasta que esas agujas marquen las cero horas del Domingo de Ramos son muchas las vueltas que tienen que dar. Y conforme los rayos de sol proveniente del Aljarafe vayan bañándolo de oro –a cada vuelta le llegará unos minutos más tarde-, serán muchos los sentimientos que iremos reviviendo. Es el tiempo del disfrute.

Es ahora cuando mas nos gusta que corran las horas. Después nos parecerá una broma que ya estén sonando tres campanadas envueltas en sonidos de cornetas y tambores en la madrugada del miércoles santo; o que las seis de la tarde siguiente, y entre hábitos franciscanos, el Señor, ya en su paso, nos haga ver que ha llegado el ecuador de nuestra Semana. A partir de entonces todo será rápido, es el culmen de la teoría de la relatividad en la Ciudad: el tiempo parecerá detenerse en las primeras horas del viernes y luego volará. En un día de setenta y dos horas habrá acabado todo.

A partir de las doce de la noche mas tristes de la Ciudad, tras la Soledad y en soledad, este reloj empezará –ya sin prisas- a dar las vueltas necesarias para terminar el año.